Cuatro horas de sueño, 150 kilómetros desde Córdoba, música en el coche y en el horizonte un rayo que te da la bienvenida a Sevilla. Viernes, 26 de Septiembre a las diez. 12 kilómetros 12, aguardan por las calles que bordean el Guadalquivir y el Estadio Olímpico te saluda a la izquierda de la carretera como diciendo: "aquí te espero, como hace dos años".
El tiempo da tregua y las nubes desaparecen para que sea el sudor, en lugar de la lluvia, quien moje la camiseta. Llegué con el tiempo justo para aparcar, maquillarme y calentar un poco y busqué un buen sitio para salir. Ni muy delante para que no me desmoralice ver a cientos de personas adelantarme, ni muy atrás para encontrar pronto un ritmo cómodo para acabar la carrera. El ambiente de la salida es estupendo. Miles de personas esperando el disparo con sus bromas y comentarios, un locutor muy animado con ganas de fiesta y una banda de música amenizando la espera. 10.000 corredores decían los periódicos al día siguiente y atestiguaban los dorsales. Una jartá, dicho en idioma local, cuando mirabas en los puntos altos el río de gente que había por detrás y por delante. Los discapacitados en silla de ruedas salieron en primera fila, algo adelantados, y todos empezamos a correr a las diez, puntuales a nuestra cita con el destino. Esta no es una carrera para hacer tiempos, como en Córdoba. Hay tanta gente que nos estorbamos los unos a los otros durante todo el recorrido. El primer kilómetro se hace prácticamente andando y el resto del tiempo tienes que esquivar a más de uno zigzageando hasta que llegas al grupo de gente que corre como tú y te lleva hasta el final. Es una carrera para disfrutar del ambiente, reirse y pasar un buen rato. Popular total. Los hay disfrazados de gitana o con peluca, gente que corre con su perro debidamente inscrito y con dorsal y bandas de música espontáneas que animan a los corredores a ritmo de percusión.
Se sale del pabellón de España de la Expo, se cruza el Puente de la Barqueta, continuas por la Calle Torneo y pasas por un subterráneo que hay en la Plaza de Armas, junto a la estación de autobuses. Este es un punto muy chulo porque hay un poco de cuesta y puedes ver miles de personas corriendo por delante y por detrás que producen un grito contínuo de casi una hora al pasar por el pequeño túnel para escuchar su propio eco. Después se pasa por la Maestranza hasta la Torre del Oro donde gira a la derecha por el paseo que bordea el río a ras de agua. Éste es el tramo con más espectadores. Poco después de pasar de nuevo la estación de autobuses un vigilante de la carrera sin corazón te da el primer golpecito psicológico: ¡6 kilómetros!- dice- Ya sólo os queda la mitad. Será... Empiezas a adelantar cadáveres al tiempo que personas que se habían reservado te adelantan a ritmo de 100 metros, cosas de las carreras populares. Continuas rio arriba bajo los puentes de Triana, el Cachorro, la Pasarela y la Barqueta hasta casi llegar al Puente del Alamillo donde vuelves a dar media vuelta camino a la Isla de la Cartuja. Segundo golpecito psicológico... un hombre sin verguenza y sin moral nos adelanta a buen ritmo más fresco que una lechuga. Todo sería normal si el muy... no fuese disfrazado de gitana y tocando una bocina futbolera a la que daba fuerza con el aire de sus pulmones. Se vuelve a cruzar el Puente de la Barqueta, ya de vuelta, y mirando hacia la izquierda ves una masa de gente que da miedo y que no tiene fin, estirada por la estrechez del camino. Es espectacular. Dos kilómetros más tarde, tras pasar bajo un puente de la circumbalación aparece de pronto, imponente, el Estadio Olímpico. Tercer golpecito psicológico; ya está ahí pero no está porque no llegas nunca. Tienes que darle media vuelta por fuera. Una vez que entras otra media vuelta por dentro bajo las gradas, hasta que por fin se te olvida todo cuando entras en el tartán de la pista de atletismo. Del gris del tunel pasas a la luz de la grada iluminada, el márrón de la pista y el verde del cesped. La recta de meta está llena de espectadores y de corredores que ya han terminado e inevitablemente te viene a la mente lo que debió sentir Abel Antón cuando ganó el maratón del mundial del 99 con aquel pedazo de cacho de trozo de estadio lleno de gente esperándole y gritándole.
Una hora y nueve minutos. Muy lento pero da igual. He corrido muy a gusto y relajado y he pasado una noche estupenda. Además, no me toman el cronometraje electrónico hasta cinco minutos después debido a la acumulación de corredores entre la meta y la entrega de las camisetas. Tienes que buscar tu fila para la bolsa del corredor según la talla que quieras. Todo transcurre con mucha agilidad teniendo en cuenta el número de corredores y al terminar, como no, un puesto de cerveza para reponer fuerzas. Y con esto y un bizcocho hasta el año que viene ¡que espero bajar de una hora ocho!
Os animo a correr esta carrera porque a mí me ha impresionado las dos veces que la he corrido, aunque reconozco que la San Antón de Jaén me gusta más. Sus puntos negativos son que hay que recoger el dorsal antes del día de la carrera, lo que te obliga a hacer un viaje extra a Sevilla. También, aunque sea una carrera llana, si buscas hacer tiempo te puedes cabrear porque la gente te va a molestar. Tampoco me gustó que el cronometraje te lo tomasen a bastante distancia de la meta ¿para qué lo haces entonces? y que hoy, una semana después, aún no se han publicado los resultados. Lo postivo es el recorrido, que es muy bonito por la ribera del río y la guinda de la entrada final en el Estadio Olímpico. Además, la bolsa del corredor que te dan si llegas está muy bien y todo es gratis, la inscripción no cuesta nada. Pero lo mejor, lo que más me gusta de todo es el ambiente que hay. Si corres para pasar el rato es una carrera muy animada y con mucha gente que te proporciona momentos muy divertidos y algunas vistas espectaculares de los corredores. Así que el año que viene espero no ser la única avioneta que sobrevuele Sevilla.
Hasta el futuro
Pedro Trapero Ibáñez
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